viernes, 30 de enero de 2009

CARBONCITO

¡Hijo, ven ayúdame a poner este carbón junto aquella pared!
-voy abuelita, enseguida lo hago.

Este niño, trabajaba con sus abuelos que se dedicaban a vender carbón y leña, por eso todos lo conocían como carboncito. Era igual que todos los niños del pueblo, sólo había una diferencia entre él y los demás. Que cuando todos los niños se levantaban, para ir a la escuela, el pequeño carboncito, llevaba más de una hora despierto, pues tenía que ir con su abuelo a cortar leña desde muy temprano, puesto que las personas llegaban a primera hora, a comprar leña y carbón.

Carboncito siempre vivió con sus abuelos, ya que el día que nació hubo una complicación en el parto y quedó huérfano, su padre, se fue cuando se dio cuenta que la mamá de carboncito estaba esperando. Los abuelos siempre se hicieron cargo de carboncito, lo amaban con todo su corazón, pero no podían hacer mucho por él, puesto que la abuela jamás se levantaba de la cama, por una rara enfermedad que tenía, sólo se paraba para ir al baño, ocultaba sus dolores, pero se notaba el rodar de las lágrimas en su rostro; el abuelo, era un viejo mayor, que caminaba lentamente para ir con el pequeño carboncito a cortar leña para poder juntar unas pequeñas monedas.

El pequeño carboncito nunca se quejó, él amaba a sus abuelos con todo su corazón, siempre estaba a servicio y disposición de ellos.
En las tardes después del trabajo, carboncito se ponía a jugar con todos los niños de la colonia, pero nunca faltaba el niño que lo insultara, o le hiciera algún comentario sobre sus padres para herirlo. Carboncito se quedaba callado y mejor se iba, su abuelo se llegó a dar cuenta y le dijo: -mira hijo, no les hagas caso, son unos tontos, un día se darán cuenta de realmente lo valioso que eres.

A la mañana siguiente, se levantó carboncito y sorprendido por que su abuelo aún no despertaba, fue a despertarlo, pero el abuelo no despertó jamás, había sufrido un infarto mientras dormía.

El buen carboncito, se hizo el fuerte, con ayuda de la gente del pueblo lo enterraron, carboncito no derramó una sola lágrima, aunque los ojos y el rostro mostraban todo el dolor del pequeño. Desde ese día carboncito, siguió haciendo lo que sabía, recolectar leña desde temprana hora. Sólo que ahora se despertaba una hora más temprano, para poder prepararle algo de almorzar a la abuela.

Era raro el día que salía a jugar a la pelota con los demás niños, pues decía que el era el hombre de la casa, y no tenía mucho tiempo para jugar, que el tenía que ver por su abuela, así como ella y el abuelo habían visto por él.

El pobre carboncito tenía una vida tan sola, pero el no se quejaba, a sus nueve años, se había convertido en todo un hombre. En el pueblo no faltaba, la persona que fuera a ofrecerle algún dinero para ayudarlo, carboncito lo aceptaba, pero en cuanto podía iba a casa de la persona, barría, limpiaba las ventanas o ayudaba en algo. Decía que el no recibía limosnas, que el aceptaba el dinero, pero lo pagaba como pudiera y a única forma que el sabía era partiéndose el lomo trabajando.

Fue creciendo el pequeño carboncito, a los pocos meses también murió su abuela y se encontraba solo frente al mundo. Jamás se dio por vencido, aprendió a leer, sumar, restar, unas cuantas multiplicaciones y divisiones. Un poco le había enseñado su abuelo y otro tanto entre la maestra del pueblo que cuando se lo encontraba, de daba una hora de clase.

Carboncito tenía un alma noble, muchos le hicieron ofrecimiento de adoptarlo pero él nunca aceptó, dijo que el sabía cuidarse solo y que sus abuelos le dejaron la mejor herencia, la honestidad y las ganas de luchar.
Al poco tiempo, carboncito salio al cerro por leña y no regresó, puesto que en esa madrugada que fue a cortar leña, por accidente O cosa del destino que lo predestinó a una vida de sufrir, fue mordido por una víbora de esas que les llaman hocico de puerco, y le arrebató en un instante, su vida. Unos dicen que ya se encuentra con sus abuelos y su madre. Otros simplemente lo recuerdan como aquel niño lleno de tizne en la cara, unas manos llenas de callos del arduo trabajar cortando leña

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